domingo, 27 de junio de 2010

Moon (Duncan Jones, 2009)

Una de las claves de los que muchos se han apresurado a denominar (Cahiers mediante) “Nuevo cine americano”, es la mirada hacia los modos y las formas del pasado cinematográfico, concretamente los años 70’s en la búsqueda de soluciones a la sobreexposición narrativa, al barroquismo tecnológico y la sobredosis de fórmulas que han llevado al cine comercial actual a la crisis de ideas a la que asistimos (sólo hace falta tener ganas de gastarse dinero en el cine y acabar invirtiendo en otra actividad tras echar un vistazo a la cartelera).

Moon es una película británica según su pasaporte, pero no escapa a la toma de estrategias anterior, apostando por un refrescante (siento el tópico veraniego) minimalismo y una loable sobriedad estilística. En tiempos en los que los responsables de megaéxitos como “Transformers” (Michael Bay, 2007) o “Avatar” (James Cameron, 2009) parecen creer que la verosimilitud del espacio ficticio reside en complejas y apabullantes orquestaciones tecnológicas que resultan cansinos salvapantallas con un ritmo de montaje destinado a satisfacer a críos con TDAH que hayan tomado cocaína con RedBull antes de entrar en la sala, se agradece que Duncan Jones apueste por las cadencias rítmicas suaves, la composición armónica de elementos y un diseño de decorados espectacularmente austero, todo conducido por la excelente partitura de Clint Mansell, de tonos misteriosos a la vez que melancólicos, perfecta sintonización de lo que la historia quiere transmitir, pero el guión no permite.

La premisa es simple, variaciones sobre la vida en soledad en el espacio, las rutinas diarias y los paseos taciturnos por pasillos amplios y pulcros con el café que el amable robot de turno ha preparado. Videoconferencias que acaban perdiendo el sustrato de realidad que “poseen” para convertirse en ficciones imperceptibles de la serie o película que han interrumpido. Hay un gran abanico de películas que han tratado rutinas similares, pero como “Moon” es “Moon” y no es “Solyaris” (Andrei Tarkovski, 1972) ni “2001” (Stanley Kubrick, 1968), aunque el blanco de la nave se parezca, la trama se complica cuando en otra rutina laboral extrayendo alguna cosa lunar que vale dinero, el personaje principal (un excelente Sam Rockwell que sin embargo, en ciertas ocasiones no puede evitar comportarse como Sam Rockwell en muchas otras películas) sufre un accidente, se despierta en una camilla en una sala de la base lunar y se encuentra consigo mismo, lo cual sirve para hacer grandes reflexiones sobre la identidad o la futura despersonalización de las estrategias laborales. Si en “Up in the Air” (Jason Reitman, 2009) el despido se realiza mediante un software de videoconferencia para evitar la confrontación Jefe-Trabajador y su consecuente merma de dignidad, en “Moon”, el apocalíptico vaticinio consiste en la utilización de clones programados biológicamente para morir una vez que han cumplido con su tarea, siempre con la esperanza de volver a casa y seguir viviendo la vida ficticia que aspiran a seguir desarrollando.

Esta reflexión es francamente desgarradora y tiene un potencial infinito para haber compuesto un filme de tintes emocionalmente destructivos que hubieran hecho de “Moon” una rara avis dentro del cine de ciencia ficción (la propia adaptación de Solaris por Steven Soderbergh es un ejemplo magistral de drama espacial modélico contemporáneo), sin embargo la premisa se ve torpedeada por la insistencia en el giro narrativo y la pirueta de guión con base a introducir cierta tensión y suspense que no termina de casar con el relato, o incluso las propias motivaciones del náufrago espacial (gracias, metáfora literaria) anteriormente establecidas por la narración. La desconexión es completa cuando la película se pierde en la llegada de los mercenarios y en ese thriller, me quedo añorando las posibles películas que “Moon” podrían haber sido.

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