jueves, 11 de marzo de 2010

"At the time the experience of listening to something by Wire and PiL was amazing. It was like seeing a Godard film. It was another world where you would get out of the movie theatre. It was a time when the person next door would probably do something amazing, but it wasn’t a commercial competition. There was also a political revolution in Portugal at the same time, where the fascist dictatorship ended and the streets were full of anarchists, communists, and socialists, so from the ages of 13 to 22 I had everything, the music, the cinema, the politics, all at the same time. What this made me see was that John Ford was a hundred thousand times more progressive and communist than so-called left wing documentaries saying things like “film is a gun”, and “change the world”. It was Ozu, Mizoguchi and Ford that were saying that really, you just had to be patient to see it."

Pedro Costa (http://www.littlewhitelies.co.uk/interviews/pedro-costa)

domingo, 7 de marzo de 2010

Ana y los Lobos

La primera práctica a publicar en este blog se trata de una crítica “impresionista”. Cuando me disponía a crear un palimpsesto (bonito vocablo) de imágenes, textos, youtubes, conversaciones de chat, dibujos escaneados y demás elementos de una paella hipertextual sobre la cual extraer una leve idea de una mera impresión si tienes la capacidad de abstracción suficiente como para situar tu mente en tres niveles semióticos a la vez, caí en la cuenta de que el objetivo de la práctica en sí es la descripción de sensaciones.

Me enfrentaba virgen a “Ana y los lobos”, así que cualquier idea preconcebida que pudiera tener sobre ella se desvanece, por lo tanto me es más fácil hacer memoria sobre la mutación de mis impresiones a la vez que el metraje avanzaba.

El contexto situacional de la proyección también influye en la apreciación visceral de una obra así que paso a describir la sensación de las sillas como experiencia sadomasoquista y a la copia proyectada como infecta. La edición en DVD de gran parte del cine español es un tema sobre el que reflexionar seriamente. Que la Criterion norteamericana tuviera que venir a restaurar y poner en el mercado una copia de “El espíritu de la colmena” con unas condiciones de imagen y sonido como la película merece sirve como ejemplo paradigmático de lo que asumo como “En España el cine no importa un carajo”. Aforismo extensible a las condiciones de visionado de la película de Saura, hasta el punto de hacerse ininteligibles al menos el 60% de los diálogos y ofreciendo una paleta de colores tan plana y apagada, que el pobre Luis Cuadrado se hubiera sentido afortunado por volverse ciego.

Fuera de este quejío incesante, asumamos que hemos visto una película detrás del puñado de píxeles, la cual me ha dado las siguientes sensaciones en sentido cronológico: en efecto, extrañamiento inicial; curiosidad, hastío y, finalmente, repugnancia.

Supongo que cierta intención de la elección de esta película reside en la voluntad de crear un debate a lo largo de la reciente comunidad de blogueros críticos establecida acerca de los límites de la representación fílmica y de las consecuencias morales que derivan de ella. El ejemplo más famoso, visto recientemente en otra asignatura, está cristalizado en la reacción de Jacques Rivette ante el travelling sobre la alambrada electrificada de Kapò (Gillo Pontecorvo, 1959), abyección similar a la que sentí al ver la violación final de Ana y los lobos. ¿Cuál es el motivo por el cual Carlos Saura decide torturarnos de la misma forma que los tres lobitos despojan de toda dignidad a la pobre Ana? El giro final ya es lo suficientemente evidente tras las ramas y hierbas muertas que encuadran a los cuatro personajes en un acto bestial, en un plano mucho más sutil y significativo que la ristra cutre de planos “impactantes” más propio de un subproducto “explotation” como I Spit on your grave (Meir Zarchi, 1978). Cuando se abren las puertas de lo latente, pierdes la perturbadora intensidad del efecto psicológico aquello que se percibe pero no se ve, dando entrada al mal gusto y la infantil voluntad de epatar al espectador de la forma más cobarde posible.

Esta tendencia reside en la insistencia por tratar al espectador de gilipollas sin capacidad de relacionar conceptos o de rellenar por sí mismo los huecos por donde la narración respira. ¿No era suficiente la exposición de Ana frente a la muñeca enterrada para que el espectador sospechara la idea de su destino?

Hasta la traca final de repugnancia, la razón de mi hastío se centraba en la excesiva caricaturización de los personajes, hasta el punto de representar arquetipos, y en la insistente simbología obvia y pesada de la que tanto Azcona como Saura (no sé a quién repartir las culpas) se han empeñado en sobrecargar la narración hasta el punto de hacerse ciertamente oscura y críptica a aquella persona que no conozca la Historia de este país.
Sustentar una obra a base de símbolos implica cortarle las alas a la interpretación, dirigirla hacia una única vía, más aún cuando tienes a Saura y Azcona a la vez gritándote por ambas orejas. Como si dejarte sordo implicara también la ceguera para no ver que la película sufre una cojera considerable.

Seguiría escribiendo, pero tengo sueño.

Pánico

He bajado un momento al salón y he contemplado a mi padre viendo "Flandres" de Bruno Dumont. No sé cómo me mirará mañana.

Es una sensación similar a pulsar una tecla al azar en el buscador de google y permitir que la función de autocompletar te descubra ciertas tendencias pornográficas en los gustos de cualquier miembro de la familia.

jueves, 4 de marzo de 2010

Hola

James Benning hizo trampa, usó los keyframes del Final Cut.